Olvidar cosas que pasan en el día a día, aunque pueda resultar molesto, es algo completamente normal, pues forma parte del funcionamiento de la memoria. Este mecanismo nos permite avanzar y dejar espacio para continuar almacenando nueva información.
Seguramente alguna vez te ha pasado que, estando en una reunión con viejos amigos contaron una anécdota, pero en tu cerebro no está todo tan claro y recuerdas una versión distinta de los hechos. Esto a menudo suele pasar debido a que los recuerdos con el paso del tiempo se van desvaneciendo, dejando de ser tan fiables como creemos, aunque sí que es verdad que la memoria conserva una idea general de lo ocurrido.
¿Cómo funcionan los recuerdos?
Para recordar algo, el cerebro primero necesita codificarlo, retenerlo en la memoria y recuperarlo cuando sea necesario. Pero eso no significa que esté exento de olvidar, ya que puede producirse en cualquier etapa del proceso.
Al llegar la información sensorial por primera vez al cerebro se nos dificulta poder procesarla por completo, y en su lugar recurrimos a nuestra atención para filtrar la información, de manera que seamos capaces de identificar y procesar lo que es importante y desechar lo irrelevante.
Es por ello que cuando codificamos nuestras experiencias, solemos hacerlo con aquello a lo que realmente prestamos atención. Por ejemplo, si estás concentrado en una lectura en un metro y llega alguien presentándose intentando vender algo, es muy probable que no recuerdes lo que vendía ni mucho menos su nombre. Lo que vendría siendo un fallo de la memoria, algo completamente normal y que ocurre con mucha frecuencia.
El envejecimiento nos lleva a olvidar
Los seres humanos a medida que envejecemos solemos tener un miedo en común, perder la memoria. Si bien, olvidar cosas es algo inevitable, no necesariamente tiene que significar que nos vamos a quedar sin recuerdos.
Mientras más vivamos, más experiencias tendremos y, por ende, más cosas que recordar. Si a eso le agregamos tener experiencias muy parecidas entre sí, haría que nuestro cerebro trabajase demás al intentar separar estos acontecimientos en la memoria. Por lo que para no forzarse opta por ser selectivo, conservando lo más importante.
Para entenderlo mejor, supongamos que se nos asigna la tarea de guardar documentos y organizarlos en un archivador. Al inicio del proceso contaremos con un almacenador nuevo y espacioso en el que podremos colocar y ordenar cada documento por separado.
No obstante, a medida que llegan más y más archivos nuestra tarea de ubicar los documentos en las carpetas que corresponden se vuelve cada vez más complicada. Por lo que es posible que comencemos a agrupar muchos documentos relacionados a un tema y lo coloquemos en una carpeta, sin asignarle un espacio por individual. Con el tiempo se nos haría más difícil poder encontrar un documento específico cuando se necesite. Lo mismo ocurre con nuestro cerebro, no somos capaces de almacenar cada recuerdo de cada experiencia vivida.
La excepción a la regla
Aunque la memoria tiende a fallar, haciendo que nuestros recuerdos se desvanezcan, existen casos en los que por más que intentemos olvidar una experiencia, no podemos, lo que se vuelve perturbador. Estas excepciones mayormente pueden presentarse a través del trastorno de estrés postraumático, en el que el recuerdo persiste y hasta puede interrumpir la vida cotidiana de la persona.
Otras experiencias con recuerdos persistentes pueden presentarse durante el duelo o la depresión, lo que dificulta poder olvidar el suceso negativo vivido.
Hábitos y ensayo para no olvidar
Existen muchos métodos que nos pueden ayudar a conservar nuestros recuerdos, uno de ellos son los hábitos.
Crear pequeños hábitos en nuestra cotidianidad puede servir de ejercicio para no olvidar las cosas. Establecer un lugar fijo para guardar las llaves, la cartera o cualquier otro objeto de importancia evita que pierdas el tiempo y te desesperes buscando, pues al tener la ubicación codificada en tu memoria sabrás a qué sitio acudir cuando lo necesites.
Otro recurso efectivo para la memoria son los ensayos. Las acciones repetitivas son las que más nos ayudan a preservar nuestros recuerdos, aunque también es importante recalcar que, mientras más adaptemos los hechos con cada repetición, existe la probabilidad de que recordemos más el último ensayo que el propio suceso ocurrido.
Recordar por repetición
El psicólogo alemán Hermann Ebbinghaus, como parte de sus estudios en la década de 1880, tomó a un grupo de personas a las que les enseñó sílabas aleatorias que no habían oído antes y observó cuánto podían recordar con el tiempo.
El experimento de Ebbinghaus demostró que, sin ensayo, la mayor parte de los recuerdos se desvanecían en un día. Pero si las personas se dedicaban a practicar repetidas veces lo indicado a intervalos regulares, podían recordar mayor cantidad de sílabas y retener la información por más tiempo.
La falta de ensayo podría ser una razón válida para olvidar las cosas del día a día. Acciones como ir de compras y aparcar en el estacionamiento pueden ser un ejemplo de olvido cotidiano, pues, aunque recordemos el sitio exacto en el que dejamos el auto al momento que estacionamos, puede que al salir no seamos capaces de recordarlo. Lo que podría deberse a que nuestro cerebro se mantuvo ocupado ensayando otras cosas, como recordar la lista de compras o centrarse en no excederse del presupuesto estimado a la hora de pagar.
Esto nos lleva a otra característica, olvidar información concreta, pero ser capaz de recordar lo esencial.
Al finalizar la tarea de comprar a la que le dedicamos nuestra atención, intentamos regresar a las acciones anteriores para recordar en qué lugar dejamos el auto. Esto podría ser un obstáculo por no haber ensayado. Sin embargo, nuestro cerebro es capaz de recordar ciertas cosas para orientarse, como identificar si aparcamos a la derecha o izquierda de la salida de la tienda. Lo que nos permitiría buscar en un área delimitada, en lugar de dar vueltas por todo el estacionamiento.
¿Olvidar siempre afecta a la toma de decisiones?
Como lo hemos mencionado a lo largo del artículo, olvidar es algo normal e inevitable y conforme vamos envejeciendo estos lapsus se vuelve más frecuente. Sin embargo, esto no tiene por qué afectar directamente en nuestra toma de decisiones. Puede que no recordemos una fecha, el nombre de alguien o una dirección y no pasa nada. Las personas mayores con amplios conocimientos y una buena intuición pueden contrarrestar esos fallos de memoria con mayor facilidad que aquellos con mayores carencias.
Con esto no descartamos que los olvidos puedan ser una señal de un problema mayor. Hacerse las mismas preguntas constantemente y no poder recordarlo es un indicativo de que algo no marcha bien y no debe tomarse como una simple distracción. Al experimentar fallos frecuentes de memoria lo más recomendable es acudir al médico especialista para que estudie el caso.
Otra señal de alerta ocurre cuando la persona tiene dificultades para recordar cómo moverse por zonas muy familiares o no puede acordarse del nombre o reconocer a personas con las que a menudo frecuenta.
En términos generales no debemos temerles a las fallas de memoria si estas no alteran nuestro día a día. Sin embargo, no podemos hacernos la vista gorda cuando notamos señales de que las cosas no van bien.