Desde las antiguas tácticas de supervivencia hasta la salud mental que valoramos hoy día, pedir ayuda ha sido bueno para fortalecer la conexión humana que ha sido vital para la supervivencia de nuestra especie. Los pequeños actos de bondad entre nosotros han marcado una gran diferencia.
La gente ya casi no se atreve a pedir ayuda
El tiempo de tocar a la puerta del vecino para pedirle una tacita de azúcar ya han quedado lejos en el pasado. Mientras que cada vez es más común hallar publicaciones en las redes sociales donde a diario se denuncian lo desagradable y reacia que suelen ser las personas cuando se trata de prestarle ayuda a alguien, otras publicaciones más cínicas sentencian de manera definitiva que la “mentalidad de comunidad” ya murió.
Recientes investigaciones sugieren que el tamaño de las redes de los ciudadanos de Estados Unidos disminuyó durante el tiempo de la pandemia por coronavirus, al igual que el tiempo dedicado a socializar (comparado con cómo se comportaban los estadounidenses en 2023).
De acuerdo con una encuesta que se llevó a cabo en 2021 por The Survey Center on American Life, en Estados Unidos la gente confía menos en los amigos que antes; cuando experimentan un problema personal, solo el 16 % de los participantes de la encuesta afirmaron que consultarían primero a un amigo, ante el 26 % que contestaron de la misma forma en 1990.
El uso de la tecnología puede sacrificar la interacción humana y afectar nuestra salud mental
En la actualidad las aplicaciones nos proporcionan más maneras de hacer las cosas: los servicios de viajes compartidos pueden llevar a las personas a los aeropuertos, mientras que las plataformas de trabajo por encargo prestan infinidad de servicios hasta pasean a tu perro mientras estás en una importante reunión de trabajo.
Sin embargo, estas aplicaciones y demás herramientas tecnológicas, a pesar de que son bastante útiles, también pueden sacrificar la interacción entre las personas, así lo asegura el investigador científico en psicología de la Universidad de Stanford (EEUU) y cofundador de la compañía de IA para la salud mental Floursh, Xuan Zhao.
En el tiempo en que la epidemia de soledad se está extendiendo por todo el planeta, los especialistas aseguran que rehuir nuestra comunidad no solo va en contra de la naturaleza humana, sino que puede afectar significativamente nuestra salud mental.
¿A partir de cuándo el ser humano comenzó la vida en comunidad y a pedir ayuda?
La capacidad para cooperar y socializar con otros seres humanos la tenemos de forma innata. Esta puede remontarse a aproximadamente 3,5 millones de años, a los australopitecinos, una de las primeras especies de homínidos.
De acuerdo con el biólogo y profesor emérito de la Universidad de California (EEUU), Peter Richerson, cuando los australopitecos se separaron de otros primates y salieron a la aventura de recorrer las selvas tropicales hacia paisajes más secos y “ricos en depredadores”, necesitaron grandes grupos para sobrevivir en los nuevos entornos.
Fue preciso que los australopitecos aprendieran a trabajar con quienes no estaban biológicamente emparentados con ellos para poder sobrevivir. Entonces, estas nuevas redes sociales permitieron la estrategia, diseñar armas y la formación de una gran “turba capaz de perseguir a depredadores verdaderamente duros”, explicó Richerson.
Lesley Newson, bióloga evolutiva y coautora de “A Story of US: A New Look at Human Evolution”, señaló que como los australopitecos evolucionaron para ser bípedos, dar a luz también fue una tarea que se tornó más laboriosa y arriesgada. Dicho cambio probablemente sirvió de incentivo a las madres australopitecinas a pedir ayuda a las demás durante el parto.
Según la antropóloga evolutiva y autora de “Father of Time: A Natural History of Men and Babies”, Sarah Hrdy, la cooperación se desarrolló todavía más al criar a los hijos. La experta notó que los primeros humanos recurrían a miembros de la familia ajena a la madre para ofrecer y pedir ayuda para enseñar a criar a los bebés, un concepto llamado “crianza cooperativa” que no se observa entre otras especies de primates con las que las personas somos genéticamente parecidos.
¿Por qué el rechazo y el aislamiento nos resulta tan doloroso?
Hrdy explicó que los miembros del grupo ofrecían su ayuda a cambio de ser aceptados dentro del grupo. El bebé, que estaba consciente de que tenía varios cuidadores, aprendió a observar, congraciarse y socializar con los integrantes del grupo no familiares. La antropóloga dijo que este hecho preparó el terreno para la cooperación.
Los psicólogos aseguran que la evolución humana es la causa de que el aislamiento y el rechazo social nos resulten dolorosos ahora; tanto así que los circuitos cerebrales en los que es procesado el dolor emocional se encuentran distribuidos sobre circuitos en los que es procesado el dolor físico. Mediante un experimento en el que los participantes se pasaban una pelota virtual de un lado a otro, se observó que un participante que de pronto dejaba de recibir la pelota experimentaba dolor físico.
Gaurav Suri, psicólogo experimental y neurocientífico computacional de la Universidad Estatal de San Francisco (EEUU), aseguró que desde una perspectiva evolutiva, es completamente lógico que la exclusión social se sienta desagradable. Ya que el dolor de la exclusión social es un indicativo para que rectifiquemos las cosas que están provocando dicha exclusión social.
¿Por qué se siente tan bien dar y pedir ayuda?
Cuando damos ayuda las conexiones sociales nos hacen sentirnos mejor. Los estudios señalan que uno de los indicadores más vitales de una salud mental positiva de las personas es la capacidad para imaginarse una red de seguridad social en la que se pueda confiar, la usen o no.
Raiza Sahi, investigadora doctoral del Laboratorio de Lógica de las Emociones de la Universidad de Princeton (EEUU), dijo que esto se debe a que, cuando permitimos que otro colabore, descargamos parte del esfuerzo cognitivo y creamos un espacio para la superación de este factor estresante.
Suri también dijo que inclusive cuando no hay solución, recibir ayuda y validación puede ser bueno para nuestra salud. El simple hecho de desahogarnos puede permitirnos reevaluar una situación y hacer que el episodio emocional sea menos intenso, por ejemplo.
Por otro lado, nos beneficiamos físicamente. De acuerdo con el estudio de Sahi, cuando nos recordamos de una experiencia difícil, sentimos menos dolor si durante dicha experiencia llevábamos de la mano a un compañero. Muchos estudios sugieren que las relaciones sociales se encuentran relacionadas con vivir más tiempo.
Realmente nos encanta ayudar
Vanessa Bohns, psicóloga social y profesora de comportamiento organizativo en la Unversidad de Cornell en Estados Unidos, dijo que pedir ayuda puede llegar a ser una situación tensa y emocionalmente arriesgada. Y que a la gente le preocupa que pedir ayuda ponga en peligro su relación, aseguró Bohns.
El estudio de Vanessa Bohns sugiere que pagar por un servicio elimina parte de esta tensión emocional, lo que puede explicar por qué pagarle a alguien resulta más fácil que llamar por teléfono a un amigo. También, las apps de trabajo por encargo pueden resultar más cómodas y satisfacer otras necesidades psicológicas esenciales, explicó Zhao. La experta también dijo que de acuerdo con la Teoría de la Autodeterminación, las personas desean relacionarse, pero además tener autonomía y competencia.
Zhao dijo que la tecnología le proporciona a la gente este sentido de agencia, la autonomía y la competencia que desea. No obstante, eso pone en riesgo las oportunidades de reciprocidad, bondad y creación de relaciones, lo cual puede ser una pérdida.
De acuerdo con una investigación de Zhao y Nicholas Epley, las personas están más dispuestas a ayudar a los demás más de lo que creemos. Otro estudio más reciente sugiere que los estadounidenses están tan dispuestos a cooperar con desconocidos como lo estaban antes.
Y eso ¿por qué? Porque ayudar proporciona un propósito a la otra persona, explicó Zhao. Y agregó que esta es una experiencia agradable, el conectar con otra persona y que nos haga un favor. Desbloquea una experiencia de amabilidad para que fluya de una persona a otra.