El accidente aéreo que sufrió el equipo de rugby uruguayo en 1972 sirvió de inspiración para la nueva película de Juan Antonio Bayona: “La sociedad de la nieve”. Se trata de una historia basada en hechos reales de resistencia, desastre, muerte y canibalismo ocurridos en los Andes sudamericanos.
La sociedad de la nieve revive los angustiosos meses en las cumbres andinas
El 13 de octubre del año 1972, el vuelo 571 perteneciente a la Fuerza Aérea Uruguaya, se estrelló contra una montaña de los Andes sudamericanos con 45 personas a bordo. Luego de 72 días, solo 16 de ellas pudieron sobrevivir.
Esta tragedia ha servido de inspiración para la creación de varias películas, series televisivas y libros, desde “Viven” (1993) hasta “Yellosjackets” (de Showtime). Y más recientemente, el film de Netflix dirigido por el cineasta español Juan Antonio Bayona “La sociedad de la nieve” cuenta los angustiosos meses que vivieron las víctimas del accidente del vuelo 571 en las montañas andinas.
La verdadera historia de este trágico accidente es la de la muerte y la vida, la resistencia y el desastre cuando un grupo de personas enfrentadas de repente a condiciones extremas hicieron lo que tenían que hacer, hasta lo impensable para sobrevivir. Hechos terribles que son recreados en la película «La sociedad de la nieve«.
El vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, la terrible historia detrás de la película “La sociedad de la nieve”
Aquel fatídico día de octubre, el vuelo 571 era un vuelo chárter. En el viaje se encontraban a bordo los miembros del equipo de rugby “Old Christians Club”, acompañados por algunos familiares y amigos. Volaban desde Montevideo (capital uruguaya) a Santiago (la capital de Chile), para participar en un partido. Solo un pasajero en el vuelo no tenía relación con el equipo de rugby.
En el momento en que el vuelo 571 se acercaba a su destino, el teniente coronel Dante Lagurara, copiloto de la nave, solicitó permiso al aeropuerto de Santiago de Chile para aterrizar. El avión comenzó el descenso.
Pero se presentó un problema: el copiloto y el piloto de la nave, el coronel Julio César Ferradas, había identificado mal la posición del avión. De tal modo que cuando la nave descendió del cielo, no se acercó a la pista de aterrizaje del aeropuerto chileno, sino que colisionó contra un valle en lo alto de las cumbres andinas.
Luego del incidente, 33 supervivientes lograron salir de entre los escombros. Después se tuvieron que enfrentar a un reto todavía más grande: mantenerse con vida en las heladas cumbres de las montañas andinas, donde las temperaturas descendían por debajo de cero grados y las ventiscas arrojaban varios metros de nieve. Por otro lado, la altitud de las montañas provocaba que el aire fuera tan poco que causaba mareos.
Los jóvenes supervivientes no tenían suministros médicos, alimentos ni calefacción, el grupo utilizaba el avión siniestrado como refugio y reutilizó sus partes, transformando el equipaje en paredes y las fundas de los asientos las convirtieron en mantas.
Luchando contra unas condiciones tan adversas, los supervivientes llegaron a convertir los cadáveres de sus compañeros en comida.
Hicieron lo que hizo falta para poder sobrevivir
A pesar de que los supervivientes hallaron una cantidad limitada de comida en el avión, tales como vino, mermelada, caramelos, no duró mucho tiempo. El hambre y el frío extremo ya habían comenzado a cobrarse vidas. Los cuerpos sin vida se amontonaban, uno tras otro. En diez días ya habían fallecido 6 pasajeros más. Los que no murieron se quedaron sin fuerzas.
Así que tuvieron que tomar una decisión radical y necesaria. Los supervivientes tendrían que comerse a los cadáveres de sus compañeros para poder vivir.
Uno de los supervivientes del vuelo 571, Roberto Canessa escribió en sus memorias de 2016 que nunca olvidaría aquella primera incisión, cuando cada hombre estaba solo son su conciencia en la cima de aquella montaña infinita, en un día más gris y frío que cualquier otro día anterior o posterior. “Tenía que sobrevivir. Los 4, cada uno con una hojilla de afeitar o un trozo de vidrio en la mano, cortamos con mucho cuidado la ropa de un cadáver cuya cara no podíamos soportar ver”.
Esperar por la muerte o buscar ayuda
En la tarde del día 29 de octubre de 1972, algo más de dos semanas luego del siniestro del vuelo 571, fue cuando realmente se produjo el desastre. Mientras los supervivientes descansaban en su precario refugio, una cascada de nieve se precipitó ladera abajo, dejando los restos del avión totalmente sepultados y llevándose la vida de 8 personas más.
Durante una entrevista para National Geographic en 2016, Canessa narró que estuvo a punto de rendirse cuando los alcanzó aquella avalancha. Sin embargo, en ese momento uno de los otros chicos exclamó: «Roberto, qué suerte tienes de poder caminar por todos nosotros». Aquella frase fue como una infusión heroica en mi corazón, recordó Canessa. Él tenía las piernas rotas, pero podía andar. Su misión no era pensar únicamente qué era mejor para él, sino qué era mejor para todo el grupo, explicó.
Ya era diciembre y el número de supervivientes se había reducido a tan solo 16 personas. Entonces el grupo se enfrentaba a una disyuntiva: esperar a morir o ir a buscar ayuda.
Una misión de rescate
Un pequeño grupo de los supervivientes tomó la decisión de ir en misión de rescate: Canessa, Nando Parrado y Antonio Vizintín. Los 3 jóvenes tendrían que escalar una montaña y esperar hallar ayuda al otro lado, para lo cual pasaron varias semanas preparándose.
Los tres iniciaron el viaje el 12 de diciembre. A los 3 días de la expedición, Antonio Vizintín volvió al campamento para que Parrado y Roberto Canessa tuvieran más posibilidades de éxito con sus escasas raciones.
Canessa contó que el 20 de diciembre, los dos al fin vieron a otro ser humano: Sergio Catalán Martínez, un pastor chileno. Luego de que el pastor trajera ayuda al día siguiente, Canessa y Parrado condujeron a las autoridades hasta el lugar donde los otros catorce supervivientes se encontraban.
Después de haber permanecido 72 días perdidos en las cumbres de los Andes, por fin estaban todos a salvo.
El regreso a casa
La noticia del llamado «milagro de los Andes» se regó muy rápido por todo el mundo. La euforia por el rescate pronto dio paso al horror en el momento en que los supervivientes admitieron que habían comido carne humana para mantenerse con vida.
El grupo de supervivientes defendió sus acciones. En 1978 Roberto Canessa declaró para The Washington Post que, «No puedes sentirte culpable por hacer algo que no elegiste hacer«.
Sin embargo, el grupo de los 16 supervivientes llevó consigo el recuerdo del canibalismo en las décadas siguientes. En la memoria de estos jóvenes, Canessa dijo que para ellos, dar ese salto fue una ruptura definitiva, y las consecuencias fueron irreversibles, porque nunca volvieron a ser los mismos, aseguró.
Aunque dieciséis jóvenes bajaron de la montaña, los restos de los que no sobrevivieron jamás abandonarían los Andes. Ya que fueron enterrados cerca del lugar donde fallecieron.
La historia del vuelo 571 podría haber terminado de forma fácil como un trágico misterio, una historia de cómo todas las personas del avión se habían perdido en las cumbres de los Andes. Pero los 16 jóvenes supervivientes reescribieron esa historia al salvarse a ellos mismos.